EL DÍA DESPUÉS DEL CAOS Agustina Mulasano es una de las correntinas que vive en las afueras de Valencia, una de las ciudades más golpeadas por el fenómeno meteorológico de la DANA. Vive a cien metros de un barranco que desbordó y contó el minuto a minuto de esas horas que fueron eternas. "Cuando recibimos el alerta de quedarnos en casa ya era tarde", afirmó.
La tormenta DANA dejó un escenario desolador en la zona este de España, más precisamente Valencia y alrededores. Agustina Mulasano, correntina residente en el pueblo de Massanassa, contó en primera persona los días de angustia y la dificultad para restablecer la normalidad. “Es un día a día, un día más, un día menos. Las calles están devastadas, el pueblo está oscuro, todo lleno de barro”, describió en contacto con Sudamericana
Afortunadamente, su vivienda, situada en un tercer piso, no sufrió daños, aunque su coche fue arrastrado por el agua. “Gracias a Dios, no perdimos más que el coche, que al final es algo material”, expresó Mulasano. Además añadió: “Lo que se ve en las calles es catastrófico”, contó.
a noche en que ocurrió el desastre, Agustina vivió momentos de gran tensión cuando su marido intentó rescatar el vehículo y quedaron separados. “Nosotros vivimos a 100 metros del barranco que desbordó, y mi esposo decidió alejarse para salvar el coche”, relató. Sin embargo, el agua alcanzó rápidamente los dos metros de altura, y su marido tuvo que refugiarse en un primer piso. “Fue muy angustiante pasar esa noche separados, sin luz ni conexión en el móvil”, confesó.
La intensidad de la tormenta tomó a toda la región por sorpresa. “Nosotros estábamos en casa cuando recibimos la alerta, pero ya era tarde. El agua bajó muy rápido y nos quedamos incomunicados”, explicó. En las zonas bajas, muchos adultos mayores no pudieron evacuar a tiempo: “Lamentablemente, muchas personas perdieron la vida porque el agua reventó las puertas y el nivel subía en cuestión de minutos”.
Hasta el día de hoy, a más de una semana del caos, la comunidad y voluntarios trabajan incansablemente para retirar el lodo, aunque la tarea no es fácil. “Ahora tenemos más ayuda, más policía con palas y maquinaria. En los primeros días fue muy difícil, el pueblo no tenía los insumos necesarios”, señaló Mulasano.
Los residentes perdieron numerosos bienes, desde muebles hasta electrodomésticos, que deben ser retirados de las calles. “Es un día a día, hay muchas cosas que ya no sirven y deben ser sacadas del paso”, afirmó. La falta de acceso a productos esenciales obligó a la comunidad a depender de donaciones diarias: “No podemos ir a comprar. El único supermercado del pueblo quedó cerrado, así que vivimos de lo que traen las donaciones”.
La vida cotidiana cambió por completo en Valencia y otros pueblos aledaños. Las escuelas no pueden reabrir sus puertas y muchos niños fueron reubicados en otros colegios. “El gobierno permitió que las madres lleven a los niños a escuelas donde haya actividad. Nosotros no tenemos niños, pero conocemos a familias que tuvieron que trasladarse a Valencia para que sus hijos no vivan esta experiencia”, contó.
Aunque Massanassa está a solo diez kilómetros de Valencia, el contraste entre ambas localidades es evidente. “Aquí la gente está luchando para limpiar el barro, mientras que en Valencia la vida sigue como si nada”, lamentó Mulasano. Agregó que muchos residentes de los pueblos oprtaron por refugiarse en casa de familiares en la ciudad: “La gente quiere huir de este infierno, busca salir de esta realidad”.
La solidaridad fue un pilar fundamental en la recuperación, con voluntarios llegando cada día para ayudar. “Es emocionante ver cómo pasan personas ofreciendo ayuda, preguntando si necesitamos algo. Nos ayudan a limpiar, a sacar el barro, lo que sea”, afirmó.
Sin embargo, la situación sigue siendo precaria y la incertidumbre crece. “Todo está muy lento, dicen que pasarán meses antes de que el pueblo vuelva a la normalidad”, dijo Mulasano. La acumulación de basura y el lodo estancado también representan un riesgo sanitario: “No podemos sacar la basura porque no hay contenedores; la acumulación de fango y agua estancada nos obliga a usar mascarillas y guantes”.
La devastación llevó a Agustina y a su esposo a replantearse el futuro. “Quizá en un futuro cercano vayamos a Corrientes a visitar a la familia. Sentimos que lo necesitamos”, confesó. Aunque fue un tiempo difícil, Agustina destacó la unidad de la comunidad: “Todos los días vemos a la gente en la calle ayudando. Nos hemos unido y seguimos luchando juntos”.